miércoles, 1 de abril de 2020

Tecnologías, educación y desigualdad

Por Marcos Muñoz*
Parte 1
Sin dudas, estamos viviendo una situación sin antecedentes en el mundo. Al menos, en lo que a las últimas décadas se refiere. La pandemia del COVID-19 no nos dejó más salida que adaptarnos a este presente y gran parte (o toda) nuestra vida cotidiana cambió profundamente. Una de las cosas que se modificaron es la forma de vivir la clase con los estudiantes.
La posibilidad de encontrarnos en el aula una o dos veces por semana, por el momento y hasta nuevo aviso, no se da.
Las mismas angustias que vive el docente de manera cotidiana en el contexto del aislamiento social, preventivo y obligatorio, la vive el estudiante.
En cada hogar se espeja lo que observamos a nivel macro, en términos de la desigualdad en el acceso a bienes culturales por parte de realidades muy distintas desde el punto de vista económico. Algunos ejemplos: hogares de materiales con espacios cómodos, acceso a internet de calidad 24/7, y el conocimiento necesario de padres/madres/tutores para acompañar a sus hijos en las tareas de la escuela. Desigualdad heterogénea y profunda.
Una aclaración: a no confundir diversidad con desigualdad, estoy hablando de desigualdad, una que es evidente y estructural, y la que marca distancias entre una escuela de gestión privada con fondos públicos y una pública con recursos únicamente públicos.

Parte 2
La pandemia deja al descubierto la postergación crónica -al menos, en la provincia que vivo- de una planificación educativa involucrada en desarrollar, probar y consultar en cada institución -o por zonas, al menos- los innumerables recursos digitales disponibles. Un ejemplo, vital para estos tiempos, es el acceso a internet. Tanto docentes como estudiantes en las escuelas del nivel medio públicas no tenemos acceso a internet, y menos aun acceso a herramientas como netbooks. Esa política del gobierno nacional se abandonó luego del 2015 y los gobiernos provinciales no la defendieron. Hoy, esa ausencia hubiera resultado de gran ayuda.

Como consecuencia de la ausencia de un programa nacional y provincial en materia de educación digital, cada institución y cada docente -a partir de la cuarentena obligatoria- está desarrollando, con las herramientas que conoce y que mejor maneja, contenidos pedagógicos para acercar a sus estudiantes. Podemos decir que a veces se usa mejor que otras herramientas, absolutamente entiendo esa discusión, lo que hay que afirmar es que desde el ámbito de la educación estamos tratando de dar respuestas de la mejor manera posible con lo que tenemos al alcance de la mano.
Este presente es una oportunidad muy valiosa para hacer una reflexión sobre la práctica docente y el uso que damos a las herramientas digitales -igual la prioridad es la salud y que todas las familias coman-, en momentos en que hay una gran concentración en tratar de dar una rápida respuesta institucional a la demanda social de acercar tareas a los estudiantes. En la urgencia de cumplir con parte de esa exigencia, en la urgencia de dar respuestas a nuestros estudiantes, quizás estamos descuidando pensar si estamos haciendo lo correcto desde lo pedagógico, así como el preguntarnos qué es lo correcto, qué corresponde hacer, y cómo hacerlo.
Trasladar la clase presencial a la virtualidad sin comprender a qué escenario nos estamos mudando conduce a mucha frustración. Eso, ¿es un problema? No lo es, si estamos dispuestos a aprender de esa frustración o desconcierto. Es decir, intentar reemplazar la educación presencial por lo virtual como quien muda un mueble, no parece ser la mejor opción.
Aprovechemos este escenario para seguir ofreciendo los contenidos planificados, pero atendiendo a algo central: debemos comprender que hay que hacerlo bajo otro paradigma. Y para eso hay que hacer un esfuerzo de olvidarnos de los otros métodos que usábamos en el aula. Este es otro escenario, ni mejor ni peor, estamos en otra época.

Parte 3
Los docentes estamos haciendo lo que mejor podemos y como podemos. La ausencia de planificación estatal en el área de educación virtual es una deuda que le corresponde a quien le corresponde, pero no al docente. Hay ausencia de estructura necesaria y pertinente para desarrollar y conocer de la mejor manera posible una adecuada tarea pedagógica en el campo virtual. Por esa razón, cada docente y cada institución hacen lo que tienen a su alcance. Por supuesto, todos estamos aprendiendo al transitar este camino. Lo haremos cada día mejor. Por último, dejo estas preguntas: ¿Cuál es el mejor paradigma para poder dar clases virtuales? ¿Cómo hacerlo? ¿Sabemos qué redes sociales manejan mejor nuestros estudiantes? ¿Sabemos qué pasa en los hogares de los estudiantes en este escenario?

*Lic. en Comunicación Social. Docente nivel medio en la provincia de Neuquén. marcosnqn@hotmail.com