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miércoles, 20 de mayo de 2009

El público está cambiando la información

Damián Fernández Pedemonte plantea que las demandas de las audiencias inciden en los cambios que se generan en la información, planteando nuevos desafíos a los productores de contenidos.
Por Damián Fernández Pedemonte *
Los medios informativos conforman un curioso mercado en el que el servicio público se entrelaza con la búsqueda del beneficio. Cuanto más negativo es el producto noticia, más demandado resulta su contenido. Por eso, las crisis no son necesariamente crisis para los medios. Las malas noticias son más bien buenas noticias en el mercado de la información.
El requerimiento de noticias es creciente y continuo en sociedades inestables como la argentina, en donde las convulsiones internacionales se acoplan con las crisis locales (como sucedió en 2001 con la guerra contra el terrorismo y sucede ahora con la crisis financiera global). En 2001, por ejemplo, las personas bien informadas se enteraban a diario del índice de riesgo país.
Por eso, en la Argentina la información actualizada es un bien preciado. Lo demuestra el hecho de que en el mercado televisivo existen cinco señales de cable de 24 horas de noticias, algo insólito en el resto de América latina. Y las noticias son justamente los contenidos de mayor rating de toda la oferta del cable.
La inestabilidad requiere de información actualizada en forma constante. Este año, la votación en el Senado de la resolución del Poder Ejecutivo sobre las retenciones al campo, fue seguida en tiempo real por TV o por Internet. ¿Quién espera leer el diario del día siguiente para conocer los resultados en deporte o en política o saber cómo continúa uno de esos casos periodísticos conmocionantes que se enseñorean de la agenda noticiosa? Efectivamente, la actualidad nacional es frecuentemente sacudida por noticias que generan gran expectativa social, como el asesinato de Kosteki y Santillán, la tragedia de Cromañón, las movilizaciones de Blumberg, o los choques violentos durante el traslado de los restos de Perón a San Vicente, por citar ejemplos recientes.
Sin embargo, pareciera que la gente destina menos tiempo a informarse y que el consumo de información por diversos medios es cada vez más puntual y fragmentario. El público quiere mucha información pero de pocos temas. Cada grupo espera noticias sobre sus intereses. La audiencia ya no desea comprar un diario para leer sólo algunos titulares ni, menos aún, una revista sólo por la revelación que promete la tapa. Como en un shopping, la audiencia quiere verlo todo pero sólo comprar lo que realmente va a usar. Las nuevas audiencias segmentadas están embebidas en sus propios temas. Los jóvenes, por ejemplo, no están “desinformados”. Están informados pero sobre algunos temas: rock, tecnologías, deportes, espectáculos. Persiste un interés por la información, pero se buscan contenidos a medida.
En los diarios, las secciones de información general y los suplementos especializados crecen cada vez más. Las demandas de contenidos sobre salud, espectáculos, ocio han transformado la idea misma de información. A veces, al escuchar hablar a periodistas uno tiene la impresión de que creen que la decisión de que algo sea noticia depende de factores metafísicos, como si un hecho pudiera ser o dejar de ser noticia por sí mismo. Obviamente esto no es así. El dispositivo cultural noticia acompaña –tarde o temprano– las demandas sociales del público.
Este público que quiere mucha información sobre pocos temas y que esté disponible para ser consumida cuando él pueda, es además un público activo. La gente no sólo desea leer y escuchar, busca opinar tanto en las radios como en los diarios digitales y de papel. Los consumidores suben a Internet fotos o videos sobre un acontecimiento noticioso o envían el material a la televisión. Es decir, las nuevas audiencias no son sólo receptoras sino también productoras.
Las movilizaciones contra la inseguridad, contra el asentamiento de las empresas papeleras en el río Uruguay o contra el aumento de las retenciones al campo, entre otros, son ejemplos de que ya no se puede decir que la sociedad argentina está “desmovilizada”. Lo que sucede, más bien, es que su movilización sigue consignas diferentes a las de los políticos y se activa por otros canales. Avistando esta tendencia, los medios sociales proveen de causas a las que muchos usuarios se suman o crean las propias. Las plataformas participativas (concursos, tests, desafíos) siempre encuentran respuesta.
Quienes se dedican a la gestión de contenidos se encuentran ante un desafío. Su función, cada vez más compleja, requiere investigación, convergencia tecnológica, dirección del talento, marketing, captación de tendencias sociales. Las audiencias se han vuelto públicos. Y el público es activo: transforma la información en un recurso social.
* Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Investigador del Conicet.
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-125225-2009-05-20.html

Saludos cordiales,
Marcos Muñoz
Lic. en Comunicación Social

jueves, 9 de abril de 2009

La estricta libertad de interpretar

El mundo de la comunicación y de la información está traspasado por desigualdades. En el emitir y en recibir. En la capacidad de producir mensajes y en las condiciones para percibirlos. Dicho de otro modo: la comunicación es un proceso atravesado por asimetrías. Aquí dos enfoques que, desde perspectivas diferentes, dan cuenta y debaten sobre este tema.

Por Hernán Pajoni *
Para simplificar un poco, se puede decir que cuando un emisor elabora un mensaje tiene un anhelo, que el receptor se vea impregnado de alguna forma de sus intenciones. Se trata de un deseo, y no precisamente de un deseo inocente. Tras el cumplimiento de ese propósito, quien elabora el mensaje deja inscripta la huella de sus intenciones, es decir, de los límites posibles de su interpretación. Como diría Umberto Eco, hay al menos algunas cosas que el mensaje no quiere decir. Así, podemos restringir, aunque sea un poco, las celebradas libertades interpretativas que tan gustosamente encarnan algunas perspectivas que sientan a una misma mesa a los medios masivos y a los receptores, de igual a igual.
Primera restricción, si hay cosas que no se quieren decir, pues no se dicen, lo que implica que se muestren unas por sobre las otras. No se trata necesariamente de una conspiración, digamos por el momento que puede tratarse de una elección.
Segunda restricción, el problema es quién está en condiciones de poder decir. Poder decir implica tener un sistema de producción y de generación sistematizado, además de una organización colectiva dedicada a crear, para luego decir.
Entonces parece que, teniendo en cuenta estas restricciones, no estamos, medios masivos y sociedad, sentados a la misma mesa. Hay algunas desigualdades que nos separan. La propiedad del decir está en otras manos, por tanto, también la elección de qué decir. En definitiva hay un saber que se impone, porque hay otro que no forma parte de los contenidos que el emisor elige y que hace circular incansablemente.
Tercera restricción: la circulación también tiene propiedad y quien la detenta hace de los discursos que más le gustan un modelo de realidad, a partir del cual se piensa, se siente, se vive.
Pocas perspectivas están poniendo énfasis en la desigualdad, porque de lo demás está lleno, rebalsa diría: el impacto, los efectos, la influencia de los mensajes masivos a corto, a mediano, a largo plazo. Porque el derecho a la comunicación parece ser el derecho de los emisores a comunicar y el derecho de los receptores a interpretar, mientras la concentración de la propiedad de los medios hace de los que comunican grandes comunicadores y de los consumidores, sólo y únicamente consumidores. Pero eso sí, cada vez más capaces de interpretar/comprender contenidos ajenos.
Como sostuvo Antonio Pasquali hace algunas décadas, no hay comunicación en la relación electrónica entre mensajes masivos y consumidores, porque no se construye un saber en común, porque no estamos el uno-con-el-otro compartiendo e intercambiando equitativamente nuestras ideas en el mismo espacio. Aunque no parece factible liberarnos de estas desigualdades intrínsecas, es necesario tenerlas presentes. Así, entre los dos actores del problema hay libertades bien diferenciadas: la libertad de decir, por un lado, y la libertad de interpretar, por el otro. Suena injusto. Pues del lado de los interpretadores se leen/escuchan/ven prioridades ajenas y muchas veces, perdón por el atrevimiento, interesadas, sumado a que del ranking de lo importante se nos muestran algunos atributos, cualidades o enfoques particulares.
El monopolio del decir amenaza derechos y libertades fundamentales, mientras que el monopolio del recibir nos somete a un estado de subordinación bajo las creencias de otros. Luego viene una parte importante, en la que transformamos como propia, muchas veces, aquellas verdades.
No es menos cierto que para recuperar el decir, hay que aprender a decir, hay que construir ideas y enfrentar la comodidad del consumo de ideas ajenas, pero para ello deben abrirse canales de acceso que alienten la creación de otros discursos.
Hay mucha resistencia empresaria camuflada detrás de los emblemas de la libertad (de prensa o de expresión), mucho dueño del decir transfigurado en republicanista. De este modo, quizá en el debate sobre un nuevo sistema de medios para el país, pueda estar en construcción otra verdad ajena, pero verdad al fin, y totalizadora. Puede ser, por ejemplo, que ese decir concentrado formule una idea: que agregar otras voces y otras creencias a los contenidos de los medios masivos de comunicación sea un delito agraviante e inadmisible para la humanidad y su democracia. ¡Qué horror! Tan cómodos que dicen que estamos en la estricta libertad de interpretarlos, sólo a ellos, hace décadas.
* Docente investigador del Instituto de Comunicación Social de la UCA.
Saludos cordiales,
Marcos Muñoz
Lic. en Comunicación Social.