Para Marcos Muñoz, un proyecto político no puede alimentarse sólo a través de las tecnologías de información y comunicación, porque la política necesita del cara a cara y porque las TIC no pueden suplantar la política del compromiso intersubjetivo.
Por Marcos Muñoz *
Desde Neuquén
Hacer para mostrar. Reflexionar para hacer y luego mostrar. Hacer y luego reflexionar para volver a hacer. Discutir. Debatir. Salir, hacer calle, hablar y escuchar, escuchar, pensar y hablar. Poder explicitar el sentido político de las acciones y las ideas. De eso tratan la militancia y la política. Y mostrar lo que se hace, eso, es legítimo. Y si lo podemos mostrar por medios propios, mejor. Aprovechar las herramientas que brindan las nuevas tecnologías e Internet. Por ejemplo, los costos se abaratan, y mucho. El acceso a las nuevas tecnologías es diverso, es amplio, hasta suele afirmarse que es masivo. Los celulares, Facebook y Twitter se instalaron a un ritmo vertiginoso, lo que da la pauta de su alcance.
¿Para qué incorporamos estas herramientas? ¿Qué hacemos noso-tros con ellas? ¿Qué hacen esas herramientas tecnológicas con noso-tros? ¿Qué puente se genera entre estas herramientas y la política? ¿Puede la política, un proyecto político, sostenerse en base a estas tecnologías? No. No puede sostenerse sólo en/con ellas.
Digo esto sabiendo que, de todas formas, mantener una posición única, una posición cerrada, inflexible, no es aconsejable para entender un fenómeno que sigue sorprendiendo por los ecos al por millón que generan ciertas noticias en las redes sociales.
Retomo: un proyecto político se sostiene, justamente, porque en él confluyen sujetos, proyectos, acciones, que lo hacen legítimo.
La acción territorial, el poder –y el querer– hablarle a la gente en períodos más prolongados de lo que dura una entrevista radial o televisiva son elementos de suma consideración en la actualidad. Y esto, a contramano del fervor con que subimos todo, a veces ciegamente, a las redes sociales, para que el mundo lo vea, para decir acá estamos, aparecemos.
La política en la calle, la calle en la política –en la búsqueda de compartir ideas, sensaciones– y escucharse son claves para que un proyecto político se haga carne en la gente y para que la gente pueda volver carne el proyecto político (este planteo no es sólo una mirada, sino también una experiencia que comparto. Y cuando escribo esto, lo hago desde un caso situado en la provincia de Neuquén). Las redes sociales, los mensajes de texto, las páginas personales, adquieren sentido, relevancia e impacto si está, si existe, ese transitar de la política en las calles, de la calle en la política. En treinta años de democracia estamos transitando la recuperación de la palabra y de la práctica política.
Y, como la calle, aunque en distintas formas, las redes sociales tienen su retórica: hay que decidir qué decir, qué imágenes mostrar y estar preparados para la diversidad de las interacciones posibles, entre otras leer comentarios en todos los tonos.
Puede resultar curiosa esta perspectiva de la comunicación política. De lo que hablo es que en la medida en que los actores de la política puedan seguir fomentando la escucha y el diálogo con la militancia y trabajar esa relación a lo largo del tiempo, se potenciará el sentido de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), mientras se potencia, simultáneamente, la formación de los militantes. Lo no aconsejable sería privilegiar las TIC por sobre la política. Es lo que hizo el neoliberalismo y lo que siguen haciendo las expresiones actuales de la política más retrógrada, la que pone la tecnología por encima de los sujetos y de los proyectos colectivos. Aunque este mundo fuera expresable –que no lo es– en las relaciones entre 0-1 de los lenguajes computarizados, nada suplantará la primera relación, ese primer vínculo, entre las personas.
Política y militancia logran ser manifestaciones creíbles cuando los sujetos hablamos cara a cara y nos escuchamos, cuando nos sentamos a una mesa o hacemos una ronda para vernos las caras. Cuando suman vecinos, cuando suma gente joven a la ronda de la conversación, cuando suman militantes de otras épocas. Todo esto puede fortalecerse a través de las TIC, pero las TIC no pueden suplantar la política del compromiso intersubjetivo.
En fin, el nuevo paradigma cultural de la comunicación en Argentina no sólo afecta a los medios concentrados, sino que nos llama a todos a la reflexión sobre qué lugar pueden ocupar –qué lugar les damos– las redes sociales en un proyecto político. Sobre todo cuando se trata de un proyecto político que busca ser parte de las expectativas de un pueblo y responder a ellas, trabajando para despertar del letargo medieval producido por otras formas de hacer política, las de la violencia, la división y los infinitos dolores, privados y públicos.
* Licenciado en Comunicación Social. Egresado de la Universidad Nacional de Cuyo. Secretario de Extensión de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue, provincia de Neuquén. marcosnqn@hotmail.com
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-226702-2013-08-15.html
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