Dos reflexiones que vinculan la vida cotidiana, la historia de todos los días, con la comunicación y con el poder. Pablo Castillo sostiene que con el nuevo rumbo que toman las transmisiones del fútbol por televisión se pone en juego la distribución del poder y la democratización de la palabra. Desde Colombia, Omar Rincón se sirve de varias situaciones para explicar que los medios invitan a reír, a suspirar, nunca a pensar.
Por Pablo Castillo *
Una jugada imprevista. Un error de cálculo. Una salida en falso. Un cambio mal realizado. La soberbia de un técnico que se percibe poderoso y sin rivales de fuste a la vista. Pueden cambiar la historia. Te podrán dominar todo el partido. Te meterán con prepotencia contra tu arco, pero siempre tendrás al menos una oportunidad para sobrevivir.
Esa parece ser la consigna. Independientemente de pergaminos previos, estadísticas mentirosas, equipos millonarios u otras inequidades sociales o futboleras que rozan la injusticia, como Caniggia contra Brasil en el Mundial de Italia ’90. Sólo se trata de estar atentos y de aprovechar la ocasión llegado el caso.
Sin embargo, la incidencia cada vez mayor del poder económico, la naturalización de la mercantilización de las relaciones sociales en nuestras vidas cotidianas, juntamente con la disminución del papel del Estado y el crecimiento exponencial de la industria del espectáculo futbolístico parecen cuestionar los argumentos de aquellos que seguimos sosteniendo el peso sustancial de lo lúdico, de esa “dinámica de lo impensado”, como decía Dante Panzeri, por sobre los intereses hiperprofesionalizados de dirigentes, intermediarios, representantes y multimedios.
Es cierto, los hinchas tampoco somos inocentes. Nos hemos convertido en una audiencia superentrenada en decodificar gestos, omisiones deliberadas o circunstanciales, de lobbies prematuros, de buenos y malos periodistas. Sabemos, por ejemplo, que Martín es Palermo, que el Kun es Agüero, o que el Tigre no es un animal, sino el técnico del último campeón del Clausura 2009.
La centralidad del fútbol para nuestra cultura siempre se configuró como tensión entre las disputas de saberes y valoraciones que aludían a jerarquías diferentes. Y en todo caso, le debemos a los Fontanarrosa, los Galeano o los Dolina el reemplazo de esos órdenes cerrados, binarios, irreconciliables por otros más permeables, menos taxativos, donde las prácticas sociales y las identidades colectivas podrían empezar a transitar la recuperación de la visibilidad que les habían sido negadas o retaceadas por las categorías iluministas o tecnocráticas.
La posibilidad de que el fútbol de Primera División pueda ser trasmitido por la televisión abierta reconfigura un escenario más propicio para discutir antes de fin de año una nueva ley de medios audiovisuales. Es más, muchos de los actores que han militado fervientemente para que esto ocurra todavía no han comprendido en toda su dimensión este cambio.
A principios de año, el telebeam terminó corriendo la misma suerte que la AFJP que lo auspiciaba. Paradójicamente, la garantía de seguridad y confiabilidad que ambos prometían no les alcanzó para evitar que fueran reemplazados. Uno por el trackvision y la otra por la Anses.
Fútbol de Primera no necesariamente debe seguir el mismo camino. Es lo que sentimos muchos de sus críticos pero apasionados televidentes. Es más, debería regresar a su mejor perfil. Volver a sus orígenes. Hacer un programa periodístico, donde los goles o la tecnología aporten al debate y no terminen configurando y clausurando todas las coordenadas. Y menos confiscando los goles hasta las 22 del domingo o sacando sus periodistas ventajas para las notas sobre otros colegas o medios porque juegan para el equipo de los dueños de la pelota.
En estos actos también se ponen en juego nuevas formas de distribución del poder y de democratización de las palabras.
* Psicólogo. Magister en Comunicación.
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-130608-2009-08-26.html
Una jugada imprevista. Un error de cálculo. Una salida en falso. Un cambio mal realizado. La soberbia de un técnico que se percibe poderoso y sin rivales de fuste a la vista. Pueden cambiar la historia. Te podrán dominar todo el partido. Te meterán con prepotencia contra tu arco, pero siempre tendrás al menos una oportunidad para sobrevivir.
Esa parece ser la consigna. Independientemente de pergaminos previos, estadísticas mentirosas, equipos millonarios u otras inequidades sociales o futboleras que rozan la injusticia, como Caniggia contra Brasil en el Mundial de Italia ’90. Sólo se trata de estar atentos y de aprovechar la ocasión llegado el caso.
Sin embargo, la incidencia cada vez mayor del poder económico, la naturalización de la mercantilización de las relaciones sociales en nuestras vidas cotidianas, juntamente con la disminución del papel del Estado y el crecimiento exponencial de la industria del espectáculo futbolístico parecen cuestionar los argumentos de aquellos que seguimos sosteniendo el peso sustancial de lo lúdico, de esa “dinámica de lo impensado”, como decía Dante Panzeri, por sobre los intereses hiperprofesionalizados de dirigentes, intermediarios, representantes y multimedios.
Es cierto, los hinchas tampoco somos inocentes. Nos hemos convertido en una audiencia superentrenada en decodificar gestos, omisiones deliberadas o circunstanciales, de lobbies prematuros, de buenos y malos periodistas. Sabemos, por ejemplo, que Martín es Palermo, que el Kun es Agüero, o que el Tigre no es un animal, sino el técnico del último campeón del Clausura 2009.
La centralidad del fútbol para nuestra cultura siempre se configuró como tensión entre las disputas de saberes y valoraciones que aludían a jerarquías diferentes. Y en todo caso, le debemos a los Fontanarrosa, los Galeano o los Dolina el reemplazo de esos órdenes cerrados, binarios, irreconciliables por otros más permeables, menos taxativos, donde las prácticas sociales y las identidades colectivas podrían empezar a transitar la recuperación de la visibilidad que les habían sido negadas o retaceadas por las categorías iluministas o tecnocráticas.
La posibilidad de que el fútbol de Primera División pueda ser trasmitido por la televisión abierta reconfigura un escenario más propicio para discutir antes de fin de año una nueva ley de medios audiovisuales. Es más, muchos de los actores que han militado fervientemente para que esto ocurra todavía no han comprendido en toda su dimensión este cambio.
A principios de año, el telebeam terminó corriendo la misma suerte que la AFJP que lo auspiciaba. Paradójicamente, la garantía de seguridad y confiabilidad que ambos prometían no les alcanzó para evitar que fueran reemplazados. Uno por el trackvision y la otra por la Anses.
Fútbol de Primera no necesariamente debe seguir el mismo camino. Es lo que sentimos muchos de sus críticos pero apasionados televidentes. Es más, debería regresar a su mejor perfil. Volver a sus orígenes. Hacer un programa periodístico, donde los goles o la tecnología aporten al debate y no terminen configurando y clausurando todas las coordenadas. Y menos confiscando los goles hasta las 22 del domingo o sacando sus periodistas ventajas para las notas sobre otros colegas o medios porque juegan para el equipo de los dueños de la pelota.
En estos actos también se ponen en juego nuevas formas de distribución del poder y de democratización de las palabras.
* Psicólogo. Magister en Comunicación.
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-130608-2009-08-26.html
Saludos cordiales,
Marcos Muñoz
Lic. en Comunicación Social
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