La política y la comunicación están definitivamente emparentadas. No se puede pensar la una sin la otra, pero también es necesario encontrar nuevas estrategias y caminos para la comunicación democrática. Sobre el tema reflexiona Teresita Vargas.
Por Teresita Vargas *
La política –en cualquier amplitud que se le asigne al término– no puede pensarse hoy por fuera del ámbito complejo de la comunicación. Fundamentalmente porque lo público, entendido como aquello que concierne a todos, es un ámbito donde se construye y discierne lo ciudadano. La ciudadanía es inherente a lo público y esta categoría en la actualidad es inseparable de la comunicación. Porque lo público se constituye a través de la puesta en escena de los puntos de vista y las concepciones de los diversos actores en el marco de las prácticas sociales. Es allí donde los conceptos y las acciones de los actores alcanzan legitimidad social. El espacio público es, por definición, un lugar de participación y de comunicación. Dicho esto más allá de la mirada siempre restrictiva de la llamada “comunicación política”.
Pero cabe preguntarse si por sola definición lo público es necesaria y automáticamente democrático, dado que la vinculación entre lo público y la comunicación agrega un ingrediente de complejidad que deja en evidencia las inequidades y los desbalances existentes. Porque hoy lo público conlleva una asimetría que no se puede ignorar: las múltiples miradas y las discrepancias no están representadas de la misma manera y las desigualdades socioculturales, económicas y de poder no adquieren visibilidad. Todo ello reforzado por la realidad actual del sistema de medios.
La comunicación resulta fundamental para la construcción de consensos sociales, de la participación y de los procesos democráticos. Afirmación que pretende situarse más allá de las miradas meramente instrumentales de la comunicación, que se restringen a los medios y productos, dejando de lado la producción social de sentido generada en los múltiples espacios de la vida cotidiana.
Nadie puede negar que el escenario mediático tiene que servir de insumo para que la ciudadanía tome sus decisiones electorales. Con ese fin es bueno que se genere información, que se debata y se discutan los proyectos y las ideas. No sólo para cruzar acusaciones o hacer señalamientos al adversario. Sino fundamentalmente para aportar miradas, criterios y puntos de vista, de manera que la elección ciudadana se haga sobre una base cierta de conocimientos. Pero ésta no es una tarea que concierne tan solo a quienes son candidatos. Es un compromiso de todos los actores sociales –si es que desean una participación activa– introducir temas (al menos sus propios argumentos y preocupaciones) en la agenda del debate. Para enriquecer el elenco temático, para propiciar el diálogo y fortalecer el sentido de la democracia. Porque lo público es lugar de la exposición, del intercambio y de la legitimación de los sentidos que luchan por imponerse socialmente.
¿Es posible lo anterior con la situación actual del sistema de medios? No parece serlo. No sólo por los niveles de concentración de la propiedad, sino por la inequidad manifiesta en cuanto a las condiciones de producción y distribución de mensajes. Y avanzar en función de mayor equilibrio es una responsabilidad indelegable del Estado y de las fuerzas políticas que pregonan la democracia. Porque para reforzar la democracia es necesario pensar nuevos modos de construcción de ciudadanía en una sociedad en la que siguen existiendo voces acalladas, silenciadas u olvidadas. Es necesario generar más y más tribunas de comunicación. Para eso hay que repensar los procesos y las estrategias de comunicación como instancias ineludibles y necesarias para la construcción político cultural, para la ciudadanía y la democracia, sin perder de vista el aporte que la comunicación hace a la economía y a los sistemas productivos.
Los actores sociales son participantes activos y protagónicos de la construcción ciudadana y de la vida política y las estrategias de comunicación no son meros procedimientos de transferencia de información. Son intercambios para garantizar el debate, hacer visible tanto el consenso como la diferencia y generar sentidos superadores en el diálogo social. Sin ello no hay construcción política y social en el marco de la democracia. El acceso al espacio público de manera igualitaria y democrática demanda imaginación y creatividad para superar formas de exclusión comunicacional y garantizar la democracia más allá de lo formal. Supone también introducir reflexividad sobre las prácticas, para transformar las experiencias en enseñanzas y en mensajes comprensibles para el conjunto de la sociedad. Son otras estrategias y nuevos caminos para la comunicación democrática.
* Licenciada en Comunicación Social. Docente e investigadora UNLP y UBA.
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-125635-2009-05-27.html
Saludos cordiales,
Marcos Muñoz
Lic. en Comunicación Social
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