Por GABRIEL RAFART
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A partir del 28 de junio el mundo político opositor abrigaba abundantes planes luego de su triunfo en las elecciones legislativas efectuadas en la mitad de la presidencia de Cristina Fernández. Ese triunfo suponía la presencia de una clara identidad de "oposición". Sin embargo, la euforia victoriosa en los días que siguieron quedó luego en un punto muerto frente a un gobierno que recuperó las energías políticas y, sobre todo, debido a las dificultades por seguir los pasos de una "identidad de oposición" que en definitiva sólo se articuló para el momento electoral. Las recientes y exitosas votaciones en favor del oficialismo parlamentario marcaron un momento de activismo y la recuperación de ciertas capacidades perdidas luego del largo conflicto con el agro. También el retroceso de los opositores.
Mientras tanto, en el campo opositor se sucedieron peleas entre los socios de ocasión, motivadas por excesos de personalismo. Además, sus espacios de coordinación política resultaron demasiados frágiles y consecuentemente se desarmaron sin que fueran necesarias ni siquiera directivas en ese sentido por sus propios protagonistas. El resultado: mayor fragmentación y debilitamiento de la oposición, coaliciones de dudosa continuidad, un uso y concentración excesivos de recursos mediáticos, el pase de facturas entre sus líderes, el lanzamiento prematuro de demasiados candidatos para la contienda presidencial del 2011. Y, por si fuera poco, ocurre el transfuguismo anticipado de futuros legisladores hacia el campo oficial, fracaso de lo que muchos asumían como "el estallido del sistema peronista". Asimismo, el retorno a la palestra de figuras del peronismo que rompieron su palabra de no retorno a las lides políticas. Un cuadro de situación anticipado por quienes supieron hacer una lectura fina del derrotero de las oposiciones en el último cuarto de siglo, donde ya cuenta con la variable de la repetición.
Nuestra democracia electoral ha sabido construir líderes opositores prematuros y coaliciones de corta duración. También espacios de oposición donde la desconfianza y la competencia indisimulada afectaban las chances de crecimiento de sus principales socios y figuras "presidenciables". Junto a ello, una coincidencia que sus protagonistas suponían sólida pero que siempre resultó por demás lábil, al estar centrada en un modelo de identidad reactiva.
Entre las últimas experiencias podemos mencionar el fracaso de la coalición del Frepaso. El final de la vida política de esta fuerza debe considerarse como una suerte de tragedia porque, más que coincidencias, su trayectoria estuvo plagada de oposiciones internas, según nos refiere Beatriz Alem en un artículo reciente. Para esta politóloga, la experiencia del Frepaso "es conveniente ubicarla dentro del género del suceso, porque, como plantea Roland Barthes, es un relato que se va desarrollando y que tiene la capacidad de agotar en sí mismo todo saber. Se sostiene a partir de figuras como la antítesis o el colmo, a diferencia de la novela, donde Barthes ubica a la política, porque es un tipo de relato que dura a condición de la personificación del actor. El suceso, en cambio, se sostiene en la conmoción".
Otros autores, como el francés Pierre Rosanvallon, también ven la construcción de las oposiciones de nuestro tiempo (reflexionando sobre las democracias occidentales) como empresas de construcción demasiado sencillas, pero de corta duración que en los tiempos que corren asumen el verbo moral -del bien versus el mal- y la palabra de la "calle" sin necesidad de conformar un relato propositivo y menos aún una práctica consecuente dentro de la "política institucional".
De allí el abuso a la mediatización de sus relatos reactivos, el ataque al edificio institucional del cual forman parte que llega incluso a ciertas fórmulas antisistémicas, la mudanza recurrente, la ausencia de coordinación, entre otras falencias. Además, su apego a una concepción de la democracia mirada desde el liberalismo más primario (en el sentido de que democracia es igual a tolerancia, protección de minorías, libertad de opinión, etc.,) cuando debe ser vista como lo que es: un gobierno de mayorías que, cerrado cierto proceso de deliberación, debe gobernar efectivamente sin que por ello deje de lado las libertades básicas.
Hace tiempo que el fallecido Norberto Bobbio nos advertía de los problemas que enfrenta la democracia cuando se encuentra con el liberalismo.
Menos cargado de filosofía política podemos decir que, al igual que el Frepaso, la suerte del PRO, del radicalismo, la Coalición Cívica (o lo que queda de ella), del peronismo disidente, Elisa Carrió, Gerardo Morales, Mauricio Macri, Francisco De Narváez, Eduardo Duhalde, Julio Cobos y cuantos otros están sumados al campo opositor se deben mucho a ese negativismo democrático que se piensan en clave de oposición reactiva liberal.
En cambio, en el cuadrante de centroizquierda las cosas parecen presentarse de otra manera -paradójicamente muchos son herederos del Frepaso-, donde el activismo oficialista les está dando oportunidades de constituirse más en oposición "institucional" donde la negociación y el acompañamiento parcial a las proposiciones del gobierno les resulta un juego posible. Los socialistas parecen estar metidos en esas lides y los sectores del ex ARI, igual que los legisladores sin perfiles claros que responden a ciertos jefes provinciales alejados del gobierno. En ese sentido nuestro juego parlamentario de los opositores "institucionales" se parece bastante al modelo federalista norteamericano y brasileño.
En ese sentido, la relativa mayoría obtenida por la oposición en junio pero que recién podrá actuar después del recambio legislativo del 10 de diciembre seguramente seguirá con ese molde liberal y de oposición reactiva ante la carencia del premio mayor presidencial. Para ello tendrá que pensar sus estrategias y posibilidades, no en el ciclo legislativo que se abrirá a fines de este año, sino en el 2011.
http://rionegro.com.ar/diario/debates/2009/10/30/21095.php
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