domingo, 26 de julio de 2009

Encierro y paranoia en la pantalla



Mientras la ola de frío, la pandemia de gripe y las vacaciones extendidas imponen quedarse puertas adentro, películas como Haze, El cubo, Hostel y REC, Tape y Enemigo mío son comentarios oportunos sobre el contexto actual.





Por Facundo García
“Los lamentos de los pobres eran desgarradores (...) Fueron aniquilados por la desgracia que sobrevino después, pudiendo decirse que perecieron, no por la peste misma, sino por sus consecuencias.” Daniel Defoe, Diario del año de la peste, 1722.
Pánico. Temor. Niños desordenando el living. Todo confluye para que el laburante se las vea en figuritas al momento de encontrar entretenimientos en el siempre acotado espacio de su hogar. Ahora, como si las vacaciones alargadas y la paranoia ante la gripe H1N1 no fueran suficientes, llegó una ola de frío. Antes de salir hay que pensarlo dos veces, y a más de uno ya le empieza a preocupar más la convivencia forzada que la pandemia mundial. Pero a no desesperar: el cine puede ofrecer lecciones interesantes para salir del paso. Y ya que hay tantos motivos para volverse loco como para arrellanarse en un rincón con el mate y los DVD, ¿por qué no intentar un recorrido por films que hayan trabajado el problema de habitar espacios reducidos?
Si hay sensación de encierro, tal vez la solución esté en empezar a disfrutarla. Para eso hay perlas que parecen mandadas a hacer. Haze (Shinya Tsukamoto, 2005) ubica en escena a un hombre que se despierta en un túnel de cemento y metal. No hay luz, ni teléfono, ni ventanas, y no sabe por qué ha ido a parar ahí. Con esas piezas Tsukamoto propone pasar por “una experiencia que recupere la sensación de dolor físico real”, y elimine “el embotamiento de los sentidos que trae aparejada la era de Internet”. Menos de cincuenta minutos le bastan a este demente de ojos rasgados para despertar la desesperación de cualquier espectador; con escenas memorables como aquélla en la que el túnel se vuelve angostísimo y el protagonista debe avanzar con la boca abierta y los dientes chirriando contra un hierro.
El cubo (Vicenzo Natali, 1997) es otra joya de culto que arranca con casi el mismo argumento. La apertura es imposible de olvidar –un hombre cortado en cubos, nada menos–; e inmediatamente abre paso a las aventuras de cinco prisioneros muy disímiles que buscan la salida de una gigantesca construcción llena de trampas. Tampoco aquí se dan las razones del cautiverio. Y la verdad que mucho no importa, ya que su condición es tan perturbadora que lo único que intriga es cómo van a hacer para salir. Natali apela a una identificación primaria con el cuerpo de los personajes, sin dar muchas explicaciones. Una lección que, entre otros, aprendió James Wan para hacer la primera entrega de El juego del miedo (Saw, 2004).
Sin embargo El cubo desliza otra certeza, relacionada con el contacto entre gente de diferentes palos: si la proximidad dura más de lo calculado, no hay modo de disimular las pasiones. Dustin Hoffman dio dos obras maestras que refuerzan esa evidencia, la olvidada Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971) –un buceo psicológico digno de David Cronenberg– y la magistral tragedia sociológica/gay Tarde de perros (Sidney Lumet, 1975). Ambas son absolutamente recomendables para una tarde de sofá. ¿Y qué decir de esa sorpresa británica llamada The Descent (Neil Marshall, 2005)? Un grupo de mujeres decide ir de excursión a una cueva y se produce un derrumbe que las deja atrapadas, lo que despierta el apetito de una horda de humanoides que quiere convertirlas en almuerzo. Para colmo, se empiezan a generar internas entre las chicas, y esa ensalada de variables contribuye a alimentar un timing infartante.
La ópera prima del estadounidense Eli Roth, Cabin Fever, les sigue los pasos a cinco universitarios que intentan vacacionar en una cabaña, pero se contagian de una infección que les da una apariencia espantosa. “Al final nadie muere por la enfermedad, sino que se matan entre ellos porque empiezan a odiarse entre sí. No hay ‘asesino’ tipo Freddy o Jason. Los asesinos son, en cierta medida, todos”, opinó el artista.
Cerca en el calendario, la española REC (Jaume Balagueró, 2007) y su pasable remake Cuarentena (John Erick Dowdle, 2008) hacen foco en un edificio donde un extraño brote de rabia ha prendido en los seres humanos, lo que insta a las autoridades a formar un cerco policial que no deja escapar ni siquiera a los que aún están sanos. Para quienes aman la estética indie, Tape (Richard Linklater, 2001) representa una muestra de lo que puede pasar si viejos amores del secundario se reúnen en la pieza de un hotel después de diez años. Deja la sospecha de que más que terminar, los grandes romances de la vida se van superponiendo.
En ocasiones, la coexistencia prolongada dentro de un clima opresivo termina por cambiar el modo de pensar de los involucrados. Enemigo mío (Wolfgang Petersen, 1985) es una clase B que fue colándose paulatinamente en el panteón freak, e ilustra estas modificaciones a través de dos náufragos espaciales que se encuentran en un planeta lejano. Uno es un humano y el otro. un guerrero extraterrestre que además de ser hermafrodita (¿!) es más feo que una verruga. Dennis Quaid interpretó al hombre, mientras que al pobre Louis Gossett le tocó la difícil tarea de hacer de alien autoembarazado, circunstancia que enternece la relación y sienta las bases para que la lucha entre adversarios se convierta en la semilla de una familia interestelar. Si eso no es cambio...
En un registro completamente opuesto, Doce hombres en pugna (Sidney Lumet, 1957) conquista por su propio peso un rinconcito en esta enumeración claustrofóbica. Los integrantes de un jurado se reúnen la noche anterior al veredicto para unificar posturas. El acusado es un pibe pobre y todas las pruebas parecen indicar que es culpable. Al menos así piensan once de los doce tipos de la sala. Afuera, sólo el silencio y el ruido de la lluvia. De pronto, uno de los asistentes rompe la unanimidad, invita a considerar factores que no se han tenido en cuenta y poco a poco –mientras el aguacero continúa y la puerta no se abre– logra que el dictamen vaya modificándose en una carrera contrarreloj.
A nivel local, el tema de la dictadura argentina suele generar tramas especialmente opresivas, y Crónica de una fuga (Adrián Caetano, 2006) probablemente está entre las más logradas. Se basa en el relato autobiográfico que Claudio Tamburrini, sobreviviente de la Mansión Seré, vertió en su libro Pase libre. Caetano no les tuvo miedo a los recursos de género y logró mantener en pie verosimilitud y denuncia política. El encierro, evidentemente, da pie para abordar grandes temas.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-14688-2009-07-26.html

Saludos cordiales,
Marcos Muñoz
Lic. en Comunicación Social
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