Por Mela Bosch *
Desde Milán, Italia
En mis primeros años de vida cotidiana en Europa me sorprendía la cortesía. Como provinciana en Buenos Aires y además amblíope estaba acostumbrada al “salí de ahí, dale, apurate, correte”. Me encantaba la paciencia con que las cajeras del supermercado y las personas que estaban detrás de mí en la cola aceptaban mi dificultad para ver las monedas en Francia, donde además en las bibliotecas puedo elegir computadoras con caracteres adaptables a mi vista, o que en Italia siempre hubiera alguien dispuesto a leerme el tiempo de cocción de cada tipo de pasta, o que en Inglaterra pudiera tomarme el tiempo para pasar los kilos a libras. Pero la comprensión se transforma en ferocidad si no se separa correctamente el orgánico, del papel, plástico o vidrio en la recolección diferenciada de residuos, o si no se saca la nieve de las carreteras en tiempo para llegar al trabajo a horario, pues está primero el ambiente en general y el trabajo que se debe realizar en tiempo y forma para que todos sigamos viviendo bien.
Es esta “cortesía” de respetar las diferencias y limitaciones y por sobre todo defender el bienestar lo que puede explicar los resultados de los últimos comicios para elegir los miembros del Parlamento Europeo. El resumen escueto es que los votantes de derecha participaron en su nivel habitual, aunque se incrementaron en Italia e Inglaterra. En el primer país para apoyar a la ultraderecha, que es la socia incómoda de Berlusconi, y en el segundo para castigar al gobierno laborista. La izquierda, que en el marco del Parlamento Europeo tiene ideas claras y agresivas sobre temas como no a lo nuclear o la defensa de los derechos de las mujeres y la libertad en las orientaciones sexuales, vio disminuido inexplicablemente su caudal de votos.
Esto fue así porque el sentimiento social era que no se votaban simplemente parlamentarios. Se votaban direcciones a seguir en medio de la crisis económica, la cual no tiene nada de parangonable con el hambre y la pobreza extrema de otras partes del mundo, sino con el estrés cotidiano del endeudamiento de millones de personas sin empleo, con casas hipotecadas y viviendo de subsidios exiguos, con tarjetas de crédito al punto de saturación.
La situación que realmente se pulsaba era si castigar, premiar o consentir las políticas, políticos, y gerentes que a su vez consintieron los excesos pero también los beneficios: tener casas propias, autos y tecnología como nunca antes en Europa, todo lo que ahora se debe pagar.
Las opciones de respuesta eran tres. Una era dar un voto de castigo sin esperanza, pues la izquierda a nivel de los gobiernos nacionales no da respuestas ni permite la participación abierta, pues teme a los “descontroles”. Tanto que la más espectacular expresión fuera de las líneas partidarias se dio en las redes sociales: los blogs, grupos de Facebook, Ning, etc, hervían de quejas inflamadas y no escuchadas.
O bien, dar un voto de premio, que en Italia ha sido claro: han premiado la política corrupta, aliada a la mafia, xenófoba aunque se apoye en trabajo en negro, y que embandera la moral cuando se trata de fertilización o muerte digna a la vez que practica el sexo pago con las “velinas”, gatos de turno.
Finalmente el silencio. La socióloga alemana Noelle Neumann propuso en La espiral del silencio (Paidós, 1995) que las personas en su vida social tienen un sentido interno no explícito, casi estadístico, que les permite “pulsar” las opiniones prevalentes. Esto se une al miedo al aislamiento y a que normalmente somos reticentes a expresar nuestra opinión cuando estamos en minoría. Esto es lo que produce lo que ella llama una espiral de silencio, que se forma cuando la mayoría de la gente reprime y calla ante quienes defienden abiertamente una opinión que socialmente no es mayoritaria. Con esto se logra que las ideas minoritarias terminen siendo aceptadas y tomen una fuerza mayor de la que tienen.
Para Noelle Neumann el silencio funciona como una conducta adaptativa, como una segunda piel y tiene como efecto cambiar las corrientes de la opinión pública a veces en forma retrógrada, dando lugar en Europa, cuna de la cultura occidental, al nazismo, al fascismo y al Holocausto, donde millones toleraron silenciosamente que se produjeran terribles crímenes. Pero la espiral de silencio luego de la Segunda Guerra Mundial giró en la mayor parte de Europa de manera progresista desarrollando (aunque buena parte de los europeos no lo comparte plenamente) hacia una cortesía cotidiana con la aceptación de discapacidades, de diversidades culturales y de orientaciones sexuales.
Cuando hay espiral de silencio se participa masivamente. En 2004 la abstención en las elecciones europeas fue del 44,7 por ciento y en ese momento se esgrimieron como causas la poca información o el desgano. En esta votación el 57 por ciento que se ha abstenido no ha avalado una espiral de silencio retrógrado, pues no ha votado en Italia al gobierno en plena muestra de su venalidad moral y xenofobia. Pero tampoco han votado a la izquierda ni al centro.
La mayoría no ha tomando parte. No se trata del silencio de aceptar algo que no se comparte por temor a lo peor o al aislamiento. Es un silencio cortesano, de personas cultas, conscientes, informadas, conectadas. Estamos hablando de ciudadanos europeos, en quienes se hizo una gran inversión en difusión. En las redes sociales de Internet era posible ver cómo la gente se pasaba los datos con toda claridad sobre cuáles eran las diferentes opciones en el Parlamento.
Con el silencio cortesano y hasta desdeñoso deciden aceptar (o al menos no poner en discusión) lo que las compañías financieras y corporaciones decidan. No exigen, apoyando al movimiento progresista que intenta crecer en buena parte del Parlamento, que los jefes de instituciones o los gerentes de empresas asuman la responsabilidad por los malos manejos ni han apoyado el giro retrógrado de Berlusconi, que finalmente termina aislado mundialmente. Con silencio cortesano, la abstención generalizada ha dejado hacer, en un momento crucial de nuestra historia social y económica. Aunque esto signifique descargar la crisis sobre el Tercer Mundo, repatriar los inmigrantes, precarizar los trabajadores y perder las conquistas sociales de los últimos cincuenta años en Europa.
Finalmente, gracias a este asentimiento por defecto, las nuevas cortes estarán en mejores condiciones para seguir cambiando algo en la intervención del Estado para que nada cambie.
Es posible intuir esto en los miles de post cuasi anónimos de las redes sociales: “Después de todo, tengo que pagar esta conexión” expresa uno claramente. Como dice el refrán: lo cortés no quita lo valiente... ni lo cobarde.
* Consultora lingüística y docente on line de la Cátedra Tecnologías en Comunicación Social de la Facultad de Periodismo de la UNLP.
http://www.pagina12.com.ar/diario/laventana/26-127157-2009-06-24.html
Saludos cordiales,
Marcos Muñoz
Lic. en Comunicación Social
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