Por Horacio Bernades
Pixar lo hizo otra vez. Después de cimas como ambas Toy Story, Monsters Inc., Buscando a Nemo, Los Increíbles o WALL–E, el estudio de John La-sseter entrega una nueva perla que, como de costumbre, no se parece en nada a las anteriores. De hecho, cuando el propio Lasseter describe a Pixar como algo más parecido a una scuola renacentista que a un estudio cinematográfico, cabría aclarar que en esa escuela rige un único lema. “Haz lo que quieras, mientras sea buenísimo”, parecería ser el lema, y no hay otra regla o línea temática, técnica o estilística. Sí ciertas reglas éticas: no reducir el público a los niños, no reducir a los niños a la condición de infradotados o meros consumidores, no reducir el poder del relato ante tecnicismos, facilismos o fórmulas precocidas. Una ética aventurera, que se resume en aquel viejo mantra: Hasta el infinito y más allá. Up, una aventura de altura lo hace casi literal, bajándolo al plano de la historia misma.
El paso al más allá consiste, esta vez, en las varias rupturas a las que Up se atreve, en relación con el género, registro, tono y hasta el propio verosímil narrativo. Creada, escrita y codirigida por Pete Docter (coguionista de Toy Story y WALL–E y realizador de Monsters Inc.) junto a Bob Peterson (un histórico de Pixar, que aquí debuta como codirector), Up combina el hiperdetallismo realista que siempre caracterizó al estudio (o la scuola) con el irrealismo más deschavetado. Redoblando las maravillas de Monsters Inc., la creación de Docter pone en el mismo plano seres reales y fauna fantástica, pasa del más clásico melodrama romántico al más clásico cine de aventuras, vira (¡en lo que va del inicio al cierre de una panorámica!) de la felicidad absoluta a lo irremediable y pone patas arriba el ethos entero de un personaje, cuyo influjo sobre el sentido último de la historia es capital. Como de costumbre en las producciones del sello, los alcances de este repertorio de audacias sólo se advierten en una evaluación posterior. Durante la hora y media de proyección, la narración cabalga a tal velocidad, y es tal el cúmulo de detalles que cada plano contiene, que no hay recreos para tomar aire, recapitular y seguir.
Gracias a trailers, anticipos y referencias, casi todo el mundo sabe de qué va la cosa: a los 78, como último gesto heroico, Carl Fredricksen, anciano a quien la ausencia de su amada Ellie dejó solo y amargado, se harta de este mundo (cuyo carácter deshumanizante es descripto con hiriente precisión) y zarpa. Zarpa literalmente y con la casa a cuestas, como la heroína de El increíble castillo vagabundo (en Pixar veneran a Hayao Miyazaki como semidios viviente). Convertir la casa en globo aerostático de madera es muy sencillo: se atan varias decenas de miles de globos de la chimenea, y up, ya está. Arriba ha quedado Ru-ssell, boy scout gordito e insistente. Lo cual no es precisamente una buena noticia para Carl. Es que el viejo se propone llegar hasta unas Cataratas del Paraíso, ubicadas en Venezuela, para cumplir el sueño más alto de su amada. La clase de cosas que se hacen sin acompañante.
¿Buddy movie? Si se quiere. Enriquecida, en tal caso, por la presencia de una pajarraca exótica, última sobreviviente de los suyos, un retriever tan buena onda como todos los de su especie, un alter ego de Howard Hughes –ingeniero aéreo solitario, genial y paranoico– y una jauría de cancerberos que parecen un ejército de autómatas. El viaje tiene puntos altísimos. Entre ellos, el homenaje inicial a King Kong y el cine de aventuras de los años ’30; la micropelícula que narra, en dos o tres minutos memorables, la historia de amor de Carl y Ellie, enseñándole a Benjamin Button lo que aquélla no fue capaz de hacer en tres horas; el viaje hasta las cataratas, en el que uno se pregunta todo el tiempo cómo van a hacer Docter y los suyos para sostener el verosímil del vuelo, la casa y los globos; la secuencia de la tormenta, digna del cine mudo; la genial idea de la distorsión vocal, que ridiculiza al doberman nazi; el dirigible de Muntz –otro préstamo de Miyazaki, tomado de Nausicaa en el valle del viento– y la batalla final en el aire, que también parece recuperar la fisicidad aventurera del cine de los comienzos.
¿Por qué no un 10, entonces? Vaya a saber. Más que nada, porque un 10 suena casi a condena. ¿Y el 3-D? Ah, sí, Up es la primera de Pixar en 3-D. El espectador le dará tanta importancia a eso como a la computación de Toy Story, los pelos de James B. Sullivan en Monsters Inc. o los reflejos sobre la chapa de los autos de Cars. No es que nada de eso importe, sino lo contrario: en las películas de la scuola Pixar lo que importa es el todo.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-14168-2009-06-11.html
Saludos cordiales,
Marcos Muñoz
Lic. en Comunicación Social
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