domingo, 15 de noviembre de 2009

Apremios en El Bolsón

Hippies, paisanos, millonarios, europeos, artesanos convivieron sin problemas en la localidad de Río Negro hasta que en agosto hubo un asesinato. Así llegaron “la inseguridad” y un pelotón especial de policías que, según denuncian, se dedicó a darles brutales palizas a los vecinos.

Por Emilio Ruchansky
El Bolsón, para quien no lo sepa, es un pueblo de Río Negro, sobre los Andes, muy cerca de Chubut y con una calma y una vitalidad envidiables. Allí hubo en los últimos cinco años una gran inmigración que hizo que la población pasara de 5 a 30 mil habitantes. La diversidad es la marca de la nueva procedencia: hay europeos, magnates, buscavidas, artistas y artesanos de todo el país. Para más datos, El Bolsón cuenta con dos generaciones de hippies que hoy se confunden entre paisanos y habitantes originarios de esta comarca. Más allá de los incidentes que protagonizó el intendente meses atrás, cuando se peleó con un notero porteño luego de un incendio intencional de una radio, puede decirse que aquí imperó la armonía. Hasta que fue asesinado un remisero apodado Pirulo, el 27 de agosto. Fue entonces cuando el reclamo que sus habitantes sólo veían por televisión se instaló en El Bolsón. Apareció “la inseguridad”.
Como si fuera un calco de lo que ocurre en las grandes ciudades, los medios locales y parte de la comunidad magnificaron el homicidio. Los remiseros organizaron una gran despedida, una caravana de autos de tres kilómetros tras los restos de Rodolfo “Pirulo” Sfeir, asesinado a punta de cuchillo. Al otro día ya se planificaban las marchas y cortes de calles a las que se sumarían taxistas, comerciantes y algunos vecinos. También se conformó un foro de seguridad ciudadana, que fue propuesto por el intendente Oscar Romera.
El posible asesino de Pirulo ya había sido detenido, poco después del hecho, en un control policial cercano al lugar donde apareció el cadáver, al costado de la ruta 40, cerca de Epuyén. Tenía las manos ensangrentadas, un cuchillo con sangre en el asiento del acompañante y manejaba el auto de la víctima. En los primeros días de septiembre circuló la versión de un motivo pasional, que indicaba que el sospechoso, un pasajero que se dirigía a Esquel, era el ex novio de la actual pareja del asesinado.
Mientras algunos investigadores insistían con el móvil pasional, pese a que el asesino habría robado el celular y las zapatillas de la víctima, se sucedían las reuniones pro seguridad en El Bolsón. Luego de una marcha en la plaza Pagano, la misma que alberga la conocida feria de artesanos, se organizó una asamblea en el gimnasio municipal a la espera de que aparecieron funcionarios “con poder de decisión”. Y no defraudaron.
Estuvieron, entre otros, el subsecretario de Seguridad de Río Negro, Hugo Concellón; el intendente Romera y varios jefes policiales, que escucharon las quejas. Los concurrentes pidieron más recursos humanos, vehículos y “las herramientas mínimas” que necesita la policía para garantizar seguridad. “No puede ser que siendo una comunidad con más de 30 mil habitantes, apenas nos cuiden 10 policías y un patrullero por turno”, dijo uno de los manifestantes. Otros denunciaban la “violencia escolar” y el descontrol en la venta de alcohol.
En esa reunión se mencionó, por primera vez, la posibilidad de traer la Brigada de Operaciones de Rescate y Antitumulto (BORA), una fuerza de elite que operó en Bariloche durante la pasada cumbre de presidentes de la región. Unos días después desembarcarían los refuerzos: un escuadrón de diez hombres en una camioneta negra sin ventanas traseras, armados con escopetas y chalecos antibala. La respuesta parecía desproporcionada. Lamentablemente lo fue.
Paseos nocturnos
En el bar que tiene la tradicional heladería Jauja, a metros del Concejo Deliberante de El Bolsón, dos jóvenes, la madre de uno de ellos y un abogado de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) le relataron a este cronista algunos de los sucesos ocurridos desde la llegada del BORA. El primero en hablar fue Leonardo Medina, militante social oriundo de Isidro Casanova, en el conurbano bonaerense, que vende panes rellenos en la feria y participó de tomas de tierras. Vale aclarar que los precios de los terrenos, en medio del boom inmigratorio, aumentaron el mil por ciento.
“Fui a bailar con un compañero de trabajo a La Casona, hubo algunos problemas en la puerta y vino la policía –cuenta Medina, de 34 años–. Se llevaron a los que estaban discutiendo. Yo estaba por subirme a mi moto y cuando trato de arrancarla me agarran por la espalda los del BORA y me meten en la camioneta negra, esposado. Adentro me empezaron a golpear feo, me pateaban, me pisaban. Uno decía: ‘Este negrito no grita, no llora’. Era cierto. Yo no les quería dar el gusto, así que se ensañaron más.”
Eran las 6.30 de la madrugada del domingo 27 de septiembre cuando ocurrió esto, un mes después del asesinato de Pirulo. Medina fue llevado a la seccional de policía, cerca de la plaza Pagano, y allí, en los pasillos, según su versión, uno de los integrantes del BORA le cortó el lóbulo de la oreja derecha. Tardaron cuatro horas en llevarlo al hospital, que queda enfrente, y luego de que le cosieran la herida (cinco puntos) fue devuelto a una celda de la seccional dos horas más hasta que lo dejaron ir. “No sé si soy la primera víctima, soy el primero que los denuncia”, dice Medina.
A su lado, el presidente de la APDH local, Raúl Prytula, completa la historia: “Fuimos a Bariloche para que lo revisara un médico perito y realizar la denuncia ante la fiscalía número 1, de Marcos Burgos. Quiero aclarar que hay más de 10 personas golpeadas pero sólo tres se animaron a denunciar al BORA”. Unos días después del hecho, Medina se volvió a cruzar con los uniformados que lo golpearon. “Estaban tomando sol en el jardín de la casa donde paran. Enseguida reconocí al que me cortó la oreja. Le pregunté cómo se llamaba y no me quiso responder. Me dijo que tuviera cuidado ‘porque iba a aparecer en un zanjón’.”
En la otra punta de la mesa del café, acompañado por su madre, Esteban Garrido cuenta lo que les pasó a él y a un amigo, que se encontraron en el Club Hípico mientras miraban las carreras. No estaban haciendo “nada raro”, agrega este joven albañil de 19 años, que habla en voz baja y mira alrededor, como quien se asegura de que no lo escuchen.
“Me agarraron de atrás y nos pusieron dentro de la camioneta. Nos golpearon mucho. Me acuerdo que el chofer nos preguntó si queríamos escuchar música, si íbamos cómodos mientras nos pegaban. Uno me decía ‘ni sangre te sale, maricón’. Después me rompieron la nariz y sangré bastante. Nos llevaron hasta un lugar en la ruta, nos hicieron limpiar la sangre con nuestras camperas y llamaron a la policía para que nos pase a buscar”, asegura el joven. Su amigo decidió no denunciar el hecho.
A Garrido le habían pegado tanto que fue necesario derivarlo a un hospital de Bariloche para una tomografía computada. Según cuenta el abogado, temían que le hubieran reventado un tímpano. Entre las idas y venidas de la comisaría y el hospital, la madre de Garrido dice haber recibido disculpas de un policía local: “Me dijo que los del BORA estaban haciendo cosas que no deben hacer, que se iban y los hacen quedar mal a ellos. Y le creo, acá nos conocemos todos. Los policías son nuestros vecinos también”. La tercera denuncia es la de una persona que debía recurrir a un juzgado por una causa y a quien fueron a buscar en la camioneta negra. “Lo desfiguraron”, dice, tajante, el abogado. La víctima se llama Gustavo Buchiche y vive en el barrio obrero, del otro lado del río Quemquempeu. “Con la policía veníamos bastante bien, teníamos algunos apremios dudosos pero no conocemos a nadie que haya sido golpeado”, afirma Prytula.
Estas tres historias comenzaron a difundirse en las radios y, en menor medida, en los diarios locales. El debate sobre la inseguridad copó las charlas de la comuna con “el mayor índice de cultura alternativa por metro cuadrado”, como suelen decir, con sobrado orgullo, los hippies. Aquí no sólo abundan las cervezas artesanales y los campings, también hay cooperativas de cultivadores, asociaciones ecologistas, distintas ofertas en medicina no tradicional y hasta una universidad de cine.
Presupuestos
A metros de la casita donde está estacionada la combi negra del BORA, en cuyo jardín cuelgan los calzoncillos y varias remeras azules, un vecino que prefiere el anonimato comenta que “los del BORA están todo el día dando vueltas a 10 kilómetros por hora en esa camioneta, con la puerta entreabierta, armados hasta los dientes”. Dice que son todos grandulones, como un equipo de rugby, y que cuando les abren la puerta de la camioneta “salen como perros rabiosos”.
El miedo fue lo primero que se diseminó en los barrios populares del otro lado del río, como Esperanza, Yrigoyen, Obrero, La Usina, Los Hornos. Ana, una chica joven, artesana, que conoció las andanzas del BORA por la barriada de Bariloche y que vive en el barrio Obrero, comenta que también la Gendarmería se sumó a lo que considera “una especie de militarización”. “Los que están de acuerdo con el BORA son los que están viendo tele todo el tiempo, yo no le pongo llave a la puerta”, dice Ana, que trabaja en una biblioteca popular.
Durante todo el mes de octubre, la camioneta del BORA siguió azorando los barrios. La noticia de que no había plata para pagar los sueldos de los maestros y algunos empleados administrativos indignó más aún a quienes exigen que esta fuerza de choque se vaya definitivamente. Hubo, a mediados de mes, una reunión en la Casa de la Cultura de El Bolsón donde los comerciantes acudieron preocupados ante la posibilidad de que se fueran los uniformados. No había plata para pagarles a ellos tampoco, por lo que surgió una propuesta de abonar, desde la Cámara de Turismo, los intimidantes servicios del BORA.
El presidente del Concejo Deliberante, el justicialista Raúl García, admitió que esta fuerza especial “está preparada para reprimir tumultos y son la última opción que tiene el Estado” y reconoció que en verdad el pueblo necesitaba “otra cosa”. Miguel Gotta, un colega suyo pero del Partido Provincial Rionegrino, defendió lo hecho: “Lo que no pudieron hacer los padres para controlar a sus hijos en sus casas lo hicieron estos tipos”. Este concejal atribuyó a “errores humanos” las golpizas propinadas por el escuadrón. “No hay más problemas de inseguridad en El Bolsón, los que quieren que se vayan son los que venden droga”, sentenció Gotta, por radio.
Con el escándalo a cuestas, los efectivos del BORA decidieron guardarse. Hubo un recambio de efectivos a mediados de octubre y el patrullaje se redujo. Según pudo saber este diario, la estrategia es hacer una especie de “ablande” para que se instalan definitivamente. Mientras tanto, los vendedores de alarmas siguen recorriendo las casas y de a poco, las calles vuelven a poblarse de chicos y jóvenes por la tarde-noche.
Sin embargo, no todos los padres mantienen la calma. Algunos protestan por la falta de seguridad y piden más patrullaje. Otros, como una maestra del barrio Esperanza, admite que tiene miedo por su hijo. “Tiene rastas y usa piercing, el otro día iba caminando con él por la calle y los del BORA me lo miraron mal. Como estaba conmigo no hicieron nada, pero tengo miedo de que se la agarren con él. El problema de este pueblo no es la inseguridad, es la intolerancia.”

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