Todo lo que está pasando –en nuestro país y en el mundo– se integra en una estrategia global de contrainsurgencia. Los tiempos son graves y se irán endureciendo. La derecha occidental (que se expresa en la contrainsurgencia) tiene como horizonte inmediato el retorno a la Doctrina de la Seguridad Nacional. Si alguien había pensado que Obama habría de trastrocar los planes del Imperio en su política bélica global, ya puede olvidarse de esas ilusiones. El fortalecimiento del golpe en Honduras marca una herida de impredecible (o acaso, lo que es peor, predecible) importancia en América latina. Obama ha sido derrotado, antes que por los golpistas hondureños, por el complejo militar-industrial de Estados Unidos. Es este complejo el que nadie (demócrata o negro o santo o hippie o Jesucristo Super Star) podrá tocar. La contrainsurgencia seguirá ocupando la prioridad estratégica de siempre. Esto implica retomar el “consenso de Washington”, retomar los axiomas del neoliberalismo, sumar a Europa a este proyecto (lo que nada costará) y muy especialmente sujetar duramente todo posible “desvío” de ese patio trasero que se ubica al sur del Río Grande. Nosotros. Aquí, en América latina, la contrainsurgencia ha instalado su centro de operaciones en Colombia. No sabemos ni podemos saber qué pasa en Colombia. Que ya funcione una Escuela de las Américas no debiera sorprendernos. Y que las bases norteamericanas se hayan multiplicado, tampoco. El Imperio sigue sosteniendo la geoestrategia de la unipolaridad. Los llamados neocons-republicanos permanecen en dominio del gigantesco aparato militar, que es insaciable y no puede detenerse. La cuestión acaso sea menos intensamente ideológica que en los tiempos de la Guerra Fría, pero es más desesperada. Estados Unidos necesita asegurar su abastecimiento de modo seguro, permanente. El mundo se desangra en enfrentamientos para que el ciudadano medio norteamericano no pase calor ni frío. Para que sus automóviles funcionen y las industrias de la nación no se detengan. Los neocons-republicanos tienen un enorme país a su cargo y esto los arroja a asegurarse la posesión geoestratégica del mundo. Lo que implica la integración de China a este proyecto, ya que no se lo podrá agredir militarmente. Para el resto del mundo pareciera (muy momentáneamente) seguir rigiendo la preemption (guerra preventiva) que lanzara Bush después del episodio de las Torres. Pero, como dijimos, por el momento. El Imperio global-comunicacional deberá avanzar aún más si desea consolidar su predominio. Este predominio lo consigue interviniendo directamente –como en Irak– o respaldando abiertamente a los grupos políticos que expresan sus intereses en el mundo. Es decir, aquellos que enfrentan a todo lo que pueda expresar un desvío ante la política de poder unipolar norteamericano. Retorna (luego de una leve ilusión contraria con Obama) el “con nosotros o contra nosotros” de Bush. Nadie queda fuera del esquema beligerante. Para eso el mundo se ha globalizado. Así, debemos dejar establecido que la nueva teoría de la contrainsurgencia surge en el marco de la “Guerra contra el terror”. Esta “guerra” no sólo se libra en el campo militar. Todo aquello que se diferencie o se oponga a la geoestrategia de unipolaridad de Estados Unidos cae dentro del concepto de insurgencia. “Insurgencia” es, en lo esencial, aquello que aparta a las sociedades de lo establecido en el Consenso de Washington y de la concepción neoliberal de la economía. Así –aunque en Estados Unidos sea habitual el descabezamiento de ciertos monopolios–, si en un país latinoamericano se agrede a un monopolio encuadrado dentro del esquema de seguridad neocons-republicano (Consenso de Washington-neoliberalismo-lucha contra el terror y el narcotráfico), el Imperio lo defenderá sin hesitación alguna. ¿Cómo? Instrumentando los elementos de poder con que cuenta en el país en que sucede el conflicto. (Nota: Para preparar el golpe en Chile, Nixon y Kissinger le dieron a El Mercurio dos millones de dólares para crear el “clima propicio” para el descabezamiento de Salvador Allende.) Lo que no se aceptará es el freno –ningún tipo de freno– a la “era americana” en el siglo XXI. Los islámicos habían elaborado un concepto de gran precisión: lo “glocal”. De modo inmediato, ya, el Imperio asoció la “glocalización” a la “insurgencia”. No puede existir en la “era americana” glocalización alguna. Lo glocal sería una afirmación de lo local en medio de lo global. No se rechaza la globalización, pero sólo se aceptará integrarse a ella desde la primacía de lo local. Esta primacía es la insurgencia. Porque la primacía no es la de la “localización” ante la “globalización”, sino que sólo existe un proyecto bélico estratégico y cultural: la “globalización”. Todo acto de glocalización será severamente incluido dentro de la insurgencia. “Simon W. Murden propone otra mirada que ubicaría la contrainsurgencia (...) cuyo fin sería hacerles frente a las insurgencias ‘glocal’ (a la vez local y global) en un mundo globalizado” (Khatchik DerGhougassian, “La contrainsurgencia Global en la Lógica de la Geopolítica Unipolar”, en Cuadernos de Actualidad en Defensa y Estrategia, Edición del Ministerio de Defensa, p. 14). Y añade: “En esta perspectiva, la insurgencia ‘yihadista’ es tan sólo un episodio. En el marco de la globalización presente emergerán muevas rebeliones e insurgencias de distintos signos ideológicos y con estrategias diversas” (Ibid., p. 14).
En resumen: la contrainsurgencia en el siglo XXI consiste en asegurar la unipolaridad del Imperio bélico-comunicacional. La contrainsurgencia se expresa como Lógica de la Geopolítica Unipolar. Si definimos al Imperio como bélico-comunicacional es porque instrumenta –desde hace ya tiempo, sin cesar– el poder que le otorga la revolución que hizo desde los ’80 hasta hoy. Se trata de la única revolución exitosa del siglo XX: la revolución comunicacional. El Imperio es bélico porque somete por las armas. Y es comunicacional porque somete por los medios. Este nuevo poder no alcanzó a ser estudiado ni por Foucault, el gran teórico del poder en el siglo XX. La misión de lo comunicacional es la de la colonización de las conciencias. Foucault acertó al decir que había que abandonar la idea de la “crueldad” como inherente a la “represión”. No, la represión comunicacional radica en entretener al receptor y atrapar su conciencia y sofocarla y colonizarla con la “verdad” del poder. La verdad no existe. La verdad es una creación de los medios. Los medios son parte esencial de la contrainsurgencia. Es necesario controlar o aniquilar o inmaterializar toda verdad que provenga del sector insurgente, el opuesto al proyecto global que hegemoniza la geopolítica unipolar. A las verdades del poder insurgente hay que oponerles las de la unipolaridad del poder global, transnacional, antiglocal, socio mayoritario de la empresa que forma con los poderes que lo representan en cada país. Se podría señalar que ésta es la “vieja” lógica del imperialismo y el antiimperialismo. Sí y no. Un Imperio –y el país que anhela imponer la “era americana” en el siglo XXI lo es– desarrolla siempre una política “imperialista”. ¿Qué hace Estados Unidos en Irak? Peor: hace colonialismo. Una táctica ya superada desde el siglo XIX. El país imperial se instala en el colonizado y ahí se queda. Hasta George Canning y Richard Cobden desaconsejaban esta política al Imperio británico. Pero varias cosas han cambiado. La contrainsurgencia enfrenta un fenómeno global, la insurgencia. Que está en todas partes. La enfrenta con las armas –al viejo estilo– y con los mass media, al nuevo estilo. “Denme a un sujeto, pónganlo 16 horas frente a un televisor y tendré un sujeto-sujetado”, podría decir el guerrero comunicacional. La insurgencia se sofoca por medio de la verdad de la contrainsurgencia que los medios que le sirven imponen a la población. En nuestro país –único caso en el mundo– la contrainsurgencia cuenta con la “ideología taxi”. Aunque ya es posible sospechar que algunos de los buenos muchachos que manejan esos bichos negros y amarillos están puestos ahí por la contrainsurgencia. Algunos tienen tanto ardor, vehemencia, tanta información, un pensamiento tan estructurado que uno, lo quiera o no, elabora teorías conspirativas. (Sí, créalo: es improbable que algunos “tacheros” digan lo que dicen, sepan lo que sepan, o, lo más evidente, razonen con tal precisión por el sólo hecho de escuchar la radio mientras manejan y llevan a sus pasajeros de un lado a otro contrabandeando ideología de un modo efectivo y casi admirable. Además, al taxista todos le temen. Suponen que tiene un caño para probar la presión de las gomas y con él les romperán la cabeza. Raro el que le diga: “Perdón, callesé, por favor. No subí aquí para escucharlo a usted”. O: “Pare en la esquina. Voy a tomar el subte”. No, todos escuchan. Algunos discuten. Otros no contestan y se hacen los distraídos. Pero el mensaje entra igual. La “contrainsurgencia tachera” es poderosa en la Argentina.)
En América latina el panorama es grave. Sé que Horacio González se presentó en un programa de televisión (Los siete locos) y sólo dijo: “Estoy aquí para advertir que una derecha temible nos acecha. Quiero decir eso, nada más”. Repito: lo de Honduras es gravísimo. Lo de Colombia también. Chávez está marcado, sólo lo salva el petróleo que negocia con Estados Unidos. Pero tiene una oposición golpista y educada en Miami. Evo ya ha enfrentado situaciones de golpe institucional. Nosotros también. Tenemos, para el Imperio y sus aliados locales, un gobierno insurgente. Un gobierno glocalizador. De aquí la furia que se descarga contra él. La ausencia de figuras lúcidas, inteligentes, en una oposición endeble, se sustituye por la agresión mediática. Acaba de aparecer un libro de un mínimo periodista que pinta al “líder de la insurgencia” (Néstor Kirchner) como el peor tipo que haya atravesado la política argentina. Es tanta la carga de atrocidades que se arroja sobre él que termina uno por reírse: “Aquí viene otro que quiere vender libros como pan caliente siguiendo el ejemplo de ese escritor que se lamenta de las desdichas de su pobre patria”. Pero no hay que reírse. Todo eso suma. Sobre todo en una clase media hoy próspera, que hizo su prosperidad bajo el “gobierno insurgente” y ahora quiere aniquilarlo. Los mismos que alguna vez dijeron: “Piqueteros, cacerolas/ La lucha es una sola”. La situación es grave. Si Lugo acaba de denunciar el peligro de “milicias agrarias” en Paraguay, habría que pensar hasta qué punto no se estuvo cerca de eso en 2008. Total, con el desdén por la institucionalidad que enuncian claramente los viejos militantes de la contrainsurgencia como Grondona y Biolcati, todo es posible. (¡Y vaya si el señor Grondona no es un viejo, nunca cansado, militante de todas las contrainsurgencias desde 1955 a la fecha!)
Para terminar: ¿qué bicentenario se piensa festejar? ¿El bicentenario de qué? Todas las fuerzas retrógradas que hicieron del primer centenario un festín triunfal de las clases dirigentes, de las triunfadoras oligarquías, están en total vigencia. ¿Nos vamos a unir todos? ¿Somos una sola nación unida por el amor de Dios? Cuando al general Roca le llegó la queja anarquista por los cientos de miles de indios que había exterminado en su “conquista” del desierto, dijo o debió haber dicho: “Así son las cosas. Son las leyes del progreso de la Historia. Por eso, a nosotros, la patria nos hará héroes y nos levantará estatuas. Ellos, los derrotados, siempre serán mártires y tendrán, con suerte, tumbas donde se los llore”.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-134916-2009-11-08.html
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