En la ardua, improbable, tarea de remediación de la crisis que padecen desde hace ya años el MPN y su modelo histórico de administración del Estado provincial, que parece haberse impuesto Jorge Sapag como mandato familiar y como meta personal, no todas son rosas.
Para materializar su propósito, Sapag ha encarado desde el inicio de su gestión el restablecimiento de los lazos con el gobierno nacional de turno –cortados temerariamente por su antecesor– apelando al mejor estilo histórico emepenista: relaciones absolutamente pragmáticas en procura de un saldo favorable para el partido-Estado que administra, desde que la provincia es provincia, su familia.
Esta estrategia política nació cuando el MPN se erigió como la respuesta del conglomerado de intereses locales –comerciantes, empleados públicos y "humildes", reemplazados luego de la pauperización de los '90 por pobres a secas– a la proscripción del peronismo, gobernara quien gobernase en Buenos Aires: justicialistas, radicales o militares.
Así fue con Illia, que proporcionó ayuda y financiamiento al primer gobierno de Felipe Sapag; con Onganía, que motorizó el provechoso proyecto para la provincia de El Chocón-Cerros Colorados y que al decir de Canaan Sapag, el patriarca de la familia, "le devolvió la provincia a mi hijo" después de un breve interregno militar.
En todos los casos, los Sapag sabían cómo hacerse notar y cómo sacar buenos réditos de su condición de partido de distrito con fuerte respaldo popular. Ya fuera proponiéndose como puente de plata con el proscripto exiliado en Madrid u obteniendo el mejor rendimiento de los votos partidarios en el Congreso cuando éste, por casualidad, no se encontraba cerrado.
En los dos extremos de esa forma de actuar están el voto de don Elías que mandó para atrás la reforma sindical de Alfonsín conocida como ley Mucci, y la empalagosa explicación que el entonces "decano del Senado nacional" aportó para justificar su voto a favor de la privatización de YPF durante el menemismo. En suma, se trataba –y parece que se trata– de ponerse difícil o ser complaciente según la ocasión. En todos los casos, con Felipe o con Salvatori al timón, el MPN sabía cómo hacerlo sacando, al cabo, algún provecho.
Es verdad que la revolución conservadora encarada por Menem, con sus secuelas de privatizaciones y la desaparición de las empresas estatales como YPF y Gas del Estado, planteó un horizonte diferente para la estrategia histórica del MPN. Pero, en lo sustancial, esta estrategia parece haber conservado vigencia en el sistema democrático.
La única excepción a la regla fue la protagonizada por Jorge Sobisch, sobre todo en su último gobierno, cuando impulsado por su ambición política personal abandonó las relaciones pragmáticas para reemplazarlas por una política de confrontación deliberada. Los resultados fueron muy gravosos para la provincia, que quedó al margen de las políticas de asignación de recursos nacionales que le corresponden pero que, se sabe, han sido administrados por los distintos gobiernos federales, todos, según su parecer.
La derrota de los Kirchner en las últimas elecciones legislativas han reforzado la capacidad de negociación del gobierno provincial frente al nacional, al realzar la importancia relativa de los votos del MPN en ambas cámaras. En el caso del Senado, donde en este momento el kirchnerismo cuenta los porotos para sacar adelante el decreto de necesidad y urgencia que crea el Fondo del Bicentenario, el voto de Horacio Lores, el único senador del partido provincial, se ha transformado en una bisagra entre la oposición y el gobierno.
Justamente, Lores eligió aparecer esta semana en "Río Negro" para adelantar que su voto será favorable al DNU de Cristina, echando por tierra con las especulaciones de medios opositores al gobierno nacional, que ya se frotaban las manos pensando en un rotundo rechazo.
En Neuquén, quitando las observaciones interesadas de aquellos que automáticamente se alinean en la crítica al sapagismo por considerarlo "aliado" de su gran adversario nacional, y las invectivas interesadas de los neosobischistas, que sueñan con volver detrás de un proyecto conservador autoritario acaso con mejores modales, las críticas que se formulan a la relación que encarna el mandatario provincial con Nación provienen del mismo oficialismo y rondan dos aspectos: "Jorge Sapag está demasiado pegado a los Kirchner" y "es poco lo que el gobernador obtiene por una subordinación prácticamente incondicional".
En el otro extremo, el de los sapagistas por convicción o conveniencia, se apunta lo contrario: "La situación de la provincia –dicen– cambió totalmente y, si bien las finanzas todavía están enclenques, estarían mucho peor si no hubiera coexistencia pacífica con Nación". En este bando hay, inclusive, quienes insinúan que Sapag no sólo es pragmático sino que está inclinado un par de grados al centro-izquierda. Algo bastante improbable en un hombre de su extracción y que, de verificarse, en el mejor de los casos se podría entender como otra expresión más de pragmatismo descarnado.
Entre los justificadores también están, en fin, quienes recuerdan que los Kirchner "no son nenes de teta" a los que se les pueda sacar algo así nomás. Deslizan que éstos, acaso escaldados con el voto "no positivo" de Lores a la resolución 125, exigieron esta vez un pronunciamiento público previo del senador respecto del DNU.
Explican que el posicionamiento público de Sapag respecto de las reservas, en el sentido que deben servir para financiar a tasas bajas el desarrollo interno, tanto como el inequívoco pronunciamiento de su senador fueron requisitos exigidos por Nación ante la pretensión del gobernador de acceder al refinanciamiento de 500 millones de pesos de la deuda provincial a través del Plan de Asistencia Financiera nacional.
http://www.rionegro.com.ar/diario/opinion/domingo.aspx?idart=313716&idcat=9539&tipo=2
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